En otoño, después de la recogida de la cosecha, en el pueblo cabecera

El primer día ,mientras los artistas, casi todos de etnia gitana, desfilaban anunciando su espectáculo, algunos de los niños y niñas entre siete y quince años, se dedicaban a aligerar bolsillos distraídos, si por casualidad alguno era sorprendido, cuando le registraban ya no encontraban lo robado en su poder, tenían una especial habilidad para pasárselo a un compinche, en muy raras ocasiones se les había pillado con la mercancía en las manos y entonces se echaban a llorar con tal desconsuelo, asegurando que lo hacían porque tenían hambre y sus padres no ganaban lo suficiente para darles de comer a todos, que algunos se conmovían y les dejaban ir con alguna moneda, pero cada vez eran más los que estaban artos de que les robasen. La mala suerte quiso que una muchachita que aun no contaba catorce años, metiese la mano en el bolsillo de un “mozo viejo” (más de treinta años y soltero) éste le hizo creer que si le acompañaba, a su casa, le daría comida y dinero para ella y su familia. De camino se encontraron con un muchacho y otro “mozo viejo” y los tres se dirigieron a las afueras del pueblo. Cuando la chiquilla vio que se alejaban de la gente trató de retroceder pero los dos hombres se lo impidieron el muchacho les dijo que la soltasen y los otros dos le amenazaron con darle una paliza si no les seguía el juego.
─Sólo queremos darle un susto para que no vuelva a robar ─le dijeron.
Al poco entraron en una casucha sucia y con las ventanas entornadas, daba la sensación de, que hacia mucho tiempo, que nadie había cruzado su puerta. Una vez dentro los dos hombres (bestias) empezaron a desnudar a la niña, a manosearla e insultarla. El muchacho intento defenderla pero se gano un puñetazo que le hizo dar con sus huesos en el suelo y mientras uno sujetaba a la chiquilla, que lloraba gritaba y pataleaba sin que eso le sirviese de nada, el otro ató al joven de pies y manos y después, entre los dos “mozos viejos” ultrajaron, golpearon y violaron a la indefensa y aterrada gitana. Cuando dieron por terminada su hazaña, se acercaron al muchacho que tirado sobre el mugriento suelo y con las ropas empapadas de sus propias heces y sus vómitos, les miraba con los ojos desorbitados, y temblando de miedo y asco.
─Si cuentas algo de esto, te matamos a ti y le hacemos lo mismo a tu hermana, así es que ándate con ojo. ─ le dijo el mayor de los dos asesinos poniéndole una navaja debajo de la barbilla.
Le desataron y le dejaron allí, en compañía del, que creían, cadáver de la chiquilla.
Ernesto, así se llamaba el muchacho, se acerco a la niña y comprobó que aunque estaba llena de golpes y envuelta en sangre, todavía respiraba, con dificultad, pero respiraba. Salió de la casa con la intención de pedir ayuda, pero las advertencias de los agresores martilleaban en su cabeza “A tu hermana le haremos lo mismo… haremos lo mismo… lo mismo…” se dejo caer sobre el suelo apretándose las sienes con ambas manos tratando, en vano, de acallar las voces. Se acordó de Rosalía, ella era la única que podía ayudarles, entro en la casa, comprobó que la chica continuaba inconsciente, cerró la puerta, puso un pesado arcón detrás y salió por una de las ventanas que tranco desde fuera.
Pese a ir sucio y maloliente no se detuvo hasta dar con Rosalía que después de oír a Ernesto, desató a su caballo Impaciente y los dos a lomos del animal fueron a la casucha.
Rosalía, después de ver en el estado en que se encontraba la agredida, rebusco entre las cosas del arcón y saco algo de ropa para la niña y también le dio un pantalón, una camisa y un jersey al chico y le ordeno que montase a impaciente e iría en busca del medico, que no le dijese nada, sólo que ella le llamaba, que era muy urgente, que trajera su maletín y que viniese en su coche (un pequeño carro tirado por un caballo) por si era necesario.
Cuando el doctor termino de curar a la gitanilla y aseguraba que se recuperaría de sus heridas, Rosalía le preguntó si iba a denunciar a los agresores.
─No, no tenemos testigos, el chico tiene demasiado miedo para hablar y será la palabra de dos honrados ciudadanos, contra la de una gitana y ya sabes que en esta sociedad, los gitanos no son nada y una mujer gitana, menos que nada.
─Desgraciadamente tiene usted razón. ─asintió la mujer.
─Bueno, yo ya he terminado, si quieres puedo llevarla a donde tú me digas, a ti te corresponde resolver la peor parte, comunicárselo a sus familiares y conseguir que se olviden de la venganza, si no lo hacen, correrá sangre y no de los canallas que la atacaron, precisamente.
─No, es mejor no moverla, que se quede aquí. Le voy a pedir un favor, quédese con ella hasta que yo regrese, esta muy asustada. Ernesto ─le ordeno al muchacho─ trae agua y adecenta la casa, la quiero ver limpia a mi vuelta.
Rosalía se mezclo entre la gente del circo y no tardo en dar con la abuela, único pariente vivo, de la niña. Se hizo acompañar de ésta a la casa sin decirle el motivo, para impedir que la anciana alertara a los demás. Después de que la abuela viese a su nieta, y que el médico le explicase lo sucedido y consiguiese que se calmara, la convenció de que no contase la verdad que dijese que la niña, se había caído por un terraplén y que estaba herida, a cambio le prometió que los causantes de su desgracia, lo pagarían muy caro y que ella lo vería antes de partir.
Rosalía, les pidió a su marido y a Ernesto que se quedasen en la casa con la abuela y la nieta, por si a los dos descerebrados les daba por querer rematar el trabajo.
Esa noche se desato una tormenta como hacia muchos años que no se veía, ensordecedores truenos se repetían sin cesar y latigazos de luz rasgaban el firmamento, a la vez que las nubes descargaban tal cantidad de agua que se diría que la echaban a baldes. A la gente del circo tuvieron que recogerla en la iglesia y a los animales en las cuadras de los vecinos, por la calle mayor, un poco mas baja que las otras, el agua corría como un río, amenazando con entrar en sus casas, mientras sus habitantes se afanaban en cerrar las puertas y colocar tras ellas cualquier cosa que sirviese para impedirle el paso.
A la mañana siguiente la tormenta se había extinguido por completo, dejando en su lugar un cielo azul y soleado, sólo la tierra mojada y los charcos recordaba la tempestad.
Hacia las diez de esa mañana, el medico, que iba a visitar a la herida, encontró en una cuneta, el cuerpo de uno de los “mozos viejos” que el día anterior atacaron a la gitanilla, boca arriba, muerto, sin señal ninguna de haber sido atacado, sólo sus ojos estaban extremadamente abiertos, como si una visión terrorífica le hubiese helado la sangre.
─Bien ─fue lo único que dijo Rosalía al enterarse.
─Sólo has cumplido la mitad del trato ─dijo la gitana vieja─ aún te falta el otro.
Rosalía no contestó.
Pese a la tormenta de la noche anterior, la fiesta continuó como de costumbre, y después de la verbena cada mochuelo regresó a su olivo.
Para el última noche tenían previsto una gran baile y como colofón los fuegos artificiales.
Rosalía le dijo a la abuela de la gitanilla que la llevase, con ayuda de Ernesto, al baile y que la sentara en un banco enfrente del pórtico de la iglesia, tenia que estar en ese lugar entre el penúltimo y el último baile.
La abuela y Ernesto ayudaron a la niña a sentarse y luego lo hicieron ellos, uno a cada lado de la pequeña, como Rosalía les había ordenado.
Al terminar la anteúltima pieza y antes de dar comienzo a la última, acertó a pasar por delante de ellos el otro, pervertido, “mozo viejo” que se quedó paralizado al verles, los ojos se le salían de las cuencas, abría la boca y la volvía a cerrar sin que de ella saliese ningún sonido, así permaneció un minuto, luego su garganta dejo salir un largo y agudo lamento que el eco se encargo de transportarlo, a varias leguas de distancia. Despué

La abuela de la chiquilla y Rosalía se miraron y sonrieron.